Frozen Chords

Frozen Chords
Hay muchos caminos pero este es el mio.
"Si la mente humana fuera tan simple como para que pudiéramos entenderla, seríamos tan simples que nos resultaría imposible".

sábado, 21 de mayo de 2011

Los humanos tropezamos con la misma piedra hasta que esta se vuelve arena.

Atrapada, entre dos oscuros faroles relucientes, alice, caminaba en linea recta, susurrandose al oído, que no debía tener miedo. Pero realmente, lo tenia, estaba completamente asustada ante la idea lo que había ocurrido. Los ruidos a lo lejos, parecían crujidos de fieras que gritaban su venganza ; los charcos del suelo, empapaban sus zapatos y el frío recorría sus huesos hasta sus adentros.
Entonces, crujió un papel a sus espaldas, y al hacer el amago de girarse, apareció su sombra frente a ella.
El sonreía galante y seguro de si mismo, irresistiblemente atractivo. Su melena rubia, ligeramente oscurecida, se posaba sobre la frente y ocultaba sus cejas escondidas. La falta de luna y luz, le daba el toque misterioso que tanto la atraía, y el sabiendo él, arma de ventaja de la que disponía, decidió utilizarla. Clavó el cuchillo de venganza tras el primer beso, y mientras sus labios se unían una y orea vez, pensaba en su segundo ataque.
Alice, lo noto tenso, y aun dándose cuenta de que algo iba mal, se dejo llevar por el engaño de su aprendiz de mago.
La llevo lejos, fuera de la ciudad, a un lugar cualquiera y alejado, en el fondo, no quería hacerle daño, ni heriría, pero como hiena despreciable que era, debía cumplir con su labor.
La poso suavemente en el suelo, y viendo como el pelo descendía hasta la cintura liso y marrón, y sus ojos, expectantes se fijaban en su rostro, pálido y mortecino, clavo la mirada en ella y la sedujo.
Solo cuando la chica indefensa estuvo completamente segura de su relativa seguridad, se abalanzo contra ella y la apreso, ató sus frágiles muñecas con la cuerda del desprecio, y la subió al coche.
Por su parte, el trabajo estaba hecho, ahora, cobraría su sueldo, y se marcharía en busca de otras para que de nuevo cayeran en su trampa.
Ella, por su parte, chillaba sin cesar, los alaridos de vida que le quedaban, sabia que nada la libraría de la condena que ella misma había firmado.
Conocía exactamente, el destino de aquel coche, y el peligro que corría al dejarse amar de nuevo.
Aun así, la estupidez humana la obligo a tropezar nuevamente con la misma piedra.
Un fuerte frenazo, dio fin al trayecto, y siendo arrastrada por el suelo, la devolvieron a su celda mugrienta. Solo ella disponía de la verdad que los demás necesitaban averiguar para aumentar su dinero y codicia, por supuesto, no estaba dispuesta a revelaría; entonces, comenzó otra vez, como tantas otras su plan de huida, y volvió a jugarse repetidamente, que esta vez, no caería en su trampa.

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