La vistes, después de tanto tiempo, y te lanzaste a sus brazos.
Volvió a sonreír y te devolvió la razón perdida.
Tenía una faceta infantil y olvidada que buceaba entre sus cabellos dorados,
y en los tirabuzones sucumbían las intenciones juguetonas.
Su vestido negro reflejaba la pérdida de la ilusión muerta,
y los algodones de su corazón reflectaban los peores golpes.
Sus brazos se amoldaban a los tuyos.
Mientras confuso, te preguntabas si era ella a quien amabas después de todo.
Solo habíais intercambiado unas palabras sueltas,
y unos silencios rotos.
Pero no había nada más,
al menos, por ahora...
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