Estaba en la
misma esquina de cada tarde, cuando el amanecer caía sobre mis ojos, y solo
rezaba por pasar inadvertida.
Mientras enfundada en un vestido demasiado
ceñido, que escondía menos de lo que ocultaba, dejaba clara mi condición de
objeto.
El primero,
fue el peor, no era demasiado viejo, ni despreciable, parecía asustado,
temeroso, extraño, ausente, como si le obligaran a venir hacia mí.
Recuerdo,
como descendían mis lágrimas cuando no miraba, el miedo que sentí, y la
angustia que invadió cada poro de mi epidermis, en el momento en que me pidió
que me quitara la ropa. Posó una mano sobre mi hombro, era fía como el hielo,
suave como el terciopelo, e hiriente como un oscuro y vacío dolor en el pecho,
me alejé, aunque sabía que no debía, me pegarían si no conseguía el dinero, y
trague mi repugnancia a pequeñas dosis, interiorizando mi odio, y las ganas de
atentar contra sus ojos, aquella penetrante mirada azul, que se clavaba en mi
cuerpo con deseos de posesión.
Sé que me creía
suya, solo parque pensaba dejar algún billete sobre mi mesa antes de irse, como
si pudiera pagar con algo mis moratones, o mis gritos por la mañana, doblegada
sobre mi propio cuerpo, junto a mi oso de peluche.
A este, le siguieron
una infinidad de hombres, altos, gordos, delgados… y en su mayoría poco
acostumbrados a tratar con mujeres, lo que hizo más dura mi subsistencia en
aquel lugar.
Nos dejaban
en un cuarto, con una prácticamente consumida bombilla y un vaso de agua.
¿Qué podía
hacer? Me habían pagado el viaje y ahora, tenía que devolverles el supuesto
favor tragando mis reproches cada noche, olvidando quien era cada mañana.
Una tarde
llegó un chico tímido, que me prometió contar la verdad a cambio de unas fotos.
Ahora sé que mentía, por aquel entonces, me habría sujetado a cualquier tentativa
de escape, por muy inverosímil que hubiera parecido.
Oscura,
sola, perdida, y aun con lágrimas en los ojos... Continuaba vislumbrando aquel
crepúsculo, jurando que sería el último.
Mientras
mirando hacia atrás para comprobar que nadie me vigilaba, me levanté de aquella
calle, sin apenas respirar, sin sentir la lluvia que amenazaba con mojar mi
ropa, intentando construir un futuro, que se desvaneció con el tiempo, porque
ni siquiera había cemento para afianzar los ladillos, y no tuve valor, para
sobrellevar la llamada del agua, aquel mar salado que arrebataba la vida de mis
ojos, y reflejo mi primera sonrisa, en el momento en que abandone para siempre
la realidad para dejar vía libre a mi pequeña ilusión. Soñar para siempre.
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