Frozen Chords

Frozen Chords
Hay muchos caminos pero este es el mio.
"Si la mente humana fuera tan simple como para que pudiéramos entenderla, seríamos tan simples que nos resultaría imposible".

lunes, 7 de mayo de 2012

Hasta París

Todos tenemos historias, historias asesinas, o cuentos de amor, relatos de princesas y de brujas, pero a menudo, acostumbramos a llamarlos secretos, porque en el fondo, nos avergonzamos de ellas.
Puede que tenga miles, y entorno a trescientas cincuenta y ocho que no me atreva a susurrarle ni a mi propia sombra, porque aun estoy intentando no creérmelas, tapar mis oídos, esconder el cadáver y deshacerme del cuchillo homicida.
No obstante, hay una, entre esas miles que merece la pena, y aunque me ponga en un lugar equivocado he decidido confiarla esta noche a quien esté dispuesto a escucharla.
No fue hace mucho tiempo, tampoco tengo demasiados años, así que no podría haberlo sido, aunque hubiera querido, uno a lo sumo, y creo que es mucho decir, porque ahora, miro atrás y no parece tanto.
Todo comenzó con una carta que alguien depositó en mi buzón, supongo que por equivocación o por inercia,  era vieja y desgastada,  de esas que conservan nuestros abuelos en cajones cerrados con llave, cerraduras que sus nietos siempre hemos sabido abrir.
Apenas ocupaba unas líneas que con manos temblorosas, o como objeto de deformar la letra decían:
Amigo lector:

Vas a morir esta noche.

No me mires con esos ojos de incrédulo, ni suspires, pensado que es mentira, sé que en el fondo, me crees...

Esperé cautelosa a que oscureciera, matando el tiempo como pude, a ratos dormida, a ratos, entre papeles y bolígrafos, inventando relatos, donde las mariposas lo bañaban todo, y los ojos de mi infancia observaban con curiosidad  a la mujer en la que me había convertido,la pequeña niña que fui, apenas me reconocía, de no ser porque llevábamos el pelo recogido en unas trenzas idénticas, que nuestra madre nos había enseñado a hacer,se habría escondido y no la habría podido volver a ver.
Cuando desperté de mi meditación, apenas quedaba una hora para la medianoche, las agujas, se posaban lentas sobre el aire, mientras con una sonrisa esperaba mi destino.
Realmente, siempre quise saber que había detrás de esa cortina roja, el teatro sin retorno, al que todos decían temer, pero más que eso, les atemorizaba la idea de que ni siquiera existiera dicho telón y quedaran atrapados en la nada, tan inertes como el polvo.

Antes de que el reloj marcara las 12 decidí repasar mi vida, por si llegaba demasiado rápido, siempre me habían dicho, que en el último momento, todo ser humano rememora los momentos más importantes de su existencia, y mientras nada demuestre lo contrario, yo era humana.

No obstante, solo conseguía recordar las primeras cosas, mi primer diente, mi primera película, mi primer libro... pero nunca el segundo par de guantes o la tercera vez que me caí del columpio, así que dejé mi trabajo por estupidez y quizás el aburrimiento que me suponían siempre las torpes e inseguras primeras
veces.

Llegó por sorpresa, aunque no fuera su intención, ¡Cómo iba a serlo si incluso me había redactado una carta! Quizás fue mi culpa, me había evadido demasiado en el pasado, como para acordarme, supongo que la carencia te temor que percibió en mis ojos le contrarió.

Acompáñame- dijo con voz de diamante, y contra todo pronóstico, no me opuse a su llamada.
...

Vagón número 127. Aún no ha salido el sol. Ya no amanece como antes, si es que el antes, existe en algún lugar del tren.
Las nubes grises abrazan el cielo, mientras el vehículo avanza lento, haciendo interminables paradas entre estación y estación.
Viajo con siete pasajeros más, los ocho hemos muerto en extrañas circunstancias, creo, que me caí accidentalmente por las escaleras. Tampoco estoy muy segura, no es algo que importe verdaderamente ahora.
Siempre pensé que el viaje hacia la luz iba a ser cuestión de segundos, pero al parecer es algo mucho más complicado.
Yo, tengo asignada la parada 59, mientras tanto, he de permanecer en mi vagón, y solo puedo conversar con los demás viajeros, pero bajo ningún concepto establecer contacto físico.
Así son las normas. Las encontré en mi mano cuando abrí los ojos, y considero imprescindible aceptarlas... de momento.

Altavoces: parada 13... no parece haber movimiento. Empezamos a impacientarnos. A pesar de mi vergüenza, decido ser la primera en hablar.
Para comenzar, me presento, aunque me cuesta encontrar las palabras adecuadas, los recuerdos, se presentan difusos, a ratos, incluso estoy insegura de mi nombre, por lo que acabo pidiéndoles que me llamen A., solo consigo ver claramente las cosas que repasé antes de que todo ocurriera, las horrorosas primeras veces; de haberlo sabido, me habría esforzado más.
No doy datos sobre mi edad, ni la profesión de mis padres, de todos modos, creo que me comprenden, después de todo se encuentran en la misma situación.

La segunda en presentarse dice llamarse Elisa, ser una enamorada del aire libre y las estrellas de la noche, parece simpática. Lleva un vestido a rallas blancas y negras que le cae sobre un poco menos de las rodillas, baja en la parada 45, así que supongo, que tendré la oportunidad de conocerla más a fondo.

El tercero de la lista, tampoco recuerda su nombre, así que hacemos una votación, y decidimos llamarle John, estoy empezando a sentirme bien aquí, parece un viaje divertido, si olvidas el destino final.
En cambio nos cuenta una historia sobre su hermano mayor que resulta entretenida, se le ve nervioso, quizás no esté acostumbrado a tratar con gente, pero a menudo, se recoloca instintivamente el reloj.
¿Qué hora será? El suyo se quedó parado, quizá no sea ninguna hora, quien sabe...

Nadie retoma la palabra, así que me dedico a mirar por la ventana; una nube quiere hacerme un favor y mostrarme una pequeña porción del cielo, pero no la culpo, hay demasiadas a su alrededor como para dejarle espacio.
Ahora que me fijo más en profundidad, parecen de algodón. Apenas hay pájaros, dos o tres cuervos que revolotean solitarios bajo la pradera verde, que está salpicada de flores blancas que a ratos, se transforman en conejos... decido dejar de mirar, o terminaré por volverme loca.
Cuando giro la cabeza veo a Elisa mirándome fijamente, sus ojos han cambiado, parece estar planeando algo.
Prefiero pensar que no es nada arriesgado. No debemos dar pasos en falso si no conocemos nuestra situación.
Pero se levanta, abre la puerta y sale corriendo, pobre inocente.
El cuarto pasajero decide que es hora de presentarse, así que, comienza a hablar:
"Estoy aquí por casualidad, llamémoslo destino, aunque sinceramente, he de reconocer que tenté un poco a la suerte. Quise vivir rápido sin importarme un final repentino,(...) "

No hay comentarios:

Publicar un comentario